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AL PIE DEL DEPORTE CON EVERARDO HERRERA SOTO 6 PM DEL 18/4/2024

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La humanización de Guardiola

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Sucedió tan deprisa que, cuando nos quisimos dar cuenta, Pep Guardiola ya era un dios. Y punto. Podías ser ateo y creer sólo en los futbolistas, o satánico y devoto de Mourinho (o de Simeone, luego), pero el mundo entero te miraba como si fueras tonto: el único dios verdadero era guapo, elegante y había ganado tres ligas, dos Champions y nueve títulos menores para él (mayores para los humanos) jugando, cómo si no, como los ángeles.

No hay un ápice de sarcasmo en lo escrito hasta aquí: Guardiola es indiscutible.

Entregar su éxito a Messi es absurdo: el impagable Tata Martino nos descubrió luego que un entrenador despistado puede llegar a vulgarizar a Messi, si se empeña. Guardiola jamás le limitó, sólo le hizo crecer. Y hay que ser muy valiente para subirle del filial como plan B y cargarte a Ronaldinho y Deco según llegas. Y un visionario para inventarte a Busquets y Pedro. Y muy valiente para retocar la herencia sagrada de Cruyff y mejorarla hasta dirigir al equipo más hermoso de la Historia. Lo dicho, indiscutible. Pero...

Como en todas las religiones, el problema casi nunca es el dios, son sus fieles, los que hinchan el globo hasta límites insostenibles. Con Guardiola sucedió lo mismo.Y entonces llegó Alemania.

Cada cultura, su panteón. Guardiola lo era todo en el Barça y pasó a ser un intruso en el santoral del Bayern; sólo un prestigioso trabajador. Otro estilo y otros dioses. Muchos de ellos en el entorno íntimo del club: Beckenbauer, Rummenigge, Hoeness, Sammer... ¡Y qué dioses! Nada del rollo zen de Pep, no: auténticos dioses vikingos. Gritones y apabullantes, de esos que te montan un Ragnarok a la mínima y, después, celebran la batallas con hidromiel mientras tú te lames las heridas en una esquina.

Sólo una cosa podía popularizar a Guardiola en ese escenario: ganar la Champions que, no lo olvidemos, levantó Heynckes cuando ya se sabía que le sustituiría (¿imaginan que Pellegrinila logra este año?). Pep ha perdido dos oportunidades, le queda la última. Ni estilo ni Bundesligas: su legado en Múnich se juega en una baza.

El actual Guardiola es Sean Connery al final de El hombre que pudo reinar. Tras convencer a una tribu de que es un dios, decide casarse con una chica nativa. Al ir a besarla, ella se asusta, le muerde y la falsa divinidad sangra. «Ni dios ni diablo, sólo un hombre», grita ella. Y se acabó el chollo. La cosa acaba con Connery despeñándose al abismo desde un puente.

Guardiola está lejos de despeñarse, pero lo que ya sabemos seguro es que, si logra cruzar el abismo, no lo hará levitando. Pase lo que pase, al City llegará un humano. Muy brillante, sí, pero humano. Mejor para él. Para todos.

Fuente: El Mundo