El adiós es amargo en el Real Madrid

Al Real Madrid se entre con ruido, focos, luces y alabanzas, pero la salida suele ser silenciosa o tormentosa. Son dos puntos y aparte, una la llegada y otra la salida, no parece haber términos medios como le acaba de suceder al argentino Angel Di María.

 

Según el conocido periodista español Orfeo Suárez, el argentino Angel Di María acompaña su marcha del Madrid con graves acusaciones que, de forma elíptica, focaliza en la más alta autoridad del club, al decir: "No soy del gusto de alguna persona". Se refiere, además, a un "gesto de la directiva que jamás llegó", en una carta abierta al madridismo macerada en el rencor. La justificación del club es que la salida se produce por unas reclamaciones económicas fuera de lo admisible. Sea como sea, asistimos a otra fuga entre reproches y ataques de un futbolista querido por los aficionados. Realmente, hay algo que en el fútbol español no sabemos hacer: decir adiós.

 

En el Madrid, en particular, se trata de un episodio que se repite en exceso en los últimos años. La tendencia es especialmente desagradable cuando afecta a personajes de profundas raíces en el club, como Del Bosque, Hierro o hasta Raúl, que hubo de esperar tiempo para regresar y recibir el cariño de su casa, como jugador de otro equipo. Lo mismo Hierro, ahora segundo de Ancelotti. Esa maldita querencia por la autodestrucción de quienes representan lo que es el Madrid, su historia, amenaza ahora a Casillas, que juega con la cara del condenado. Antes de plantarse en la portería con la duda encima, es mejor que corra el aire. Al Barcelona le ha sucedido lo mismo, y sólo basta recordar de qué forma dejaron el club los dos mejores entrenadores que ha tenido, Johan Cruyff y Pep Guardiola. Entre nosotros, jamás habrá un Ryan Giggs.

 

La operación Di María puede argumentarse como excelente según los parámetros económicos. Un futbolista que ha dejado un gran rendimiento en el campo, lo deja además en las arcas, ya que el Madrid obtiene una plusvalía de unos 50 millones de euros, diferencia entre el precio de su coste y su venta. Ocurre, sin embargo, que se trata de un futbolista en la cima de su carrera, como prueba su valor en el mercado, al contrario que James Rodríguez, al menos por ahora, incorporado como una de las grandes inversiones de futuro. Pero en lugar de argumentar con claridad y valentía las razones de esa apuesta, se deja que la operación sea pasto de la maledicencia y se compromete incluso al entrenador, expuesto en la sala de prensa. Un mal asunto, en definitiva, con el resultado que conocemos. Algo falla. Para empezar, la comunicación.

 

Para el aficionado quedan, pues, la incertidumbre que abona todas las teorías: los favoritismos, las comisiones, los complots... El socio del Madrid, que apreciaba en Di María esa forma de jugar al límite que tanto tiene que ver con la idiosincrasia blanca, tiene derecho a saber por qué se toman las decisiones, a conocer cuál es la política deportiva, porque suyo es el club. Lo mismo sucede en el Barcelona, aunque entenderlo haya costado una crisis institucional. No hablamos, en este caso, de sociedades anónimas deportivas. De esa forma, con claridad, podrá elegir el aficionado cómo despedir a los suyos. Si no, siempre lo hará entre sospechas