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La viuda de Pablo Escobar cuenta secuelas de su vida traumática con graves dificultades económicas

Victoria Eugenia Henao, viuda del narcotraficante colombiano Pablo Escobar, tuvo que cambiarse de nombre para intentar volver a tener una vida tras la muerte de su esposo en 1993. 

Ahora se llama María Isabel Santos. Varias veces ha dicho que Escobar fue su cárcel, pero que el tiempo y la reflexión la han hecho poder usar esa experiencia traumática para ayudar a otros. 

 

Actualmente, Santos ha encontrado una paz espiritual y tras dedicar varios años al trabajo con psicólogos, ha logrado dar un nuevo significado a su pasado y comprende que también fue víctima de su esposo. Es por ello, que nunca mas se ha vuelto a enamorar y, en palabras de ella, la prioridad exclusiva son sus hijos Juan Pablo y Manuela.

En una entrevista con la Revista Semana de Colombia, María Isabel reveló hace un par de años detalles íntimos de su vida después de enviudar. Y cómo ha logrado resignificar su pasado para ayudar a otros.

Aquí la nota completa 

SEMANA: Perdone una pregunta personal, pero ¿cómo ha sido su vida sentimental desde que enviudó?

María Isabel Santos (M. S.): Yo nunca me volví a enamorar. Desde el día que Pablo murió, pensé: “Me voy a enamorar de mis hijos y de los libros, que son lo único que nunca me va a hacer daño”. Siempre he sentido miedo de iniciar otra relación, porque me aterra la posibilidad de sufrir nuevamente. No deseo asumir la responsabilidad de la vida de nadie, excepto la de Sebastián y Manuela.

SEMANA: Sorprende ver en las redes sociales que les brinde coaching a otras mujeres basándose en su experiencia como la viuda de Pablo Escobar. Cuéntenos cómo llegó a esa situación.

M. S.: Yo escribí mis memorias a corazón abierto en mi libro Mi vida y mi cárcel con Pablo Escobar, y durante el lanzamiento en varios países se acercaron a mí algunas mujeres con historias conmovedoras pidiéndome consejos. En medio de ese proceso, me fueron pidiendo sesiones de coaching y ayuda a grupos específicos. Por ejemplo: las Mujeres de Negro, en Uruguay, las Mujeres sin Límite, de México, y también grupos en Madrid, Barcelona, Hungría y Vilnius.

SEMANA: ¿Y cómo se institucionalizó ese sistema? ¿Usted cobra por el servicio?

M. S.: Inicialmente no. Pero había tantas solicitudes que decidimos tratar el asunto de manera profesional. Hoy mis servicios son remunerados y son de dos tipos: o me contratan empresas para dar conferencias, hacerles coaching a grupos específicos, o me contratan personas con las que tengo citas por Zoom. Yo he tratado de canalizar la experiencia de mi vida hacia una fuente de inspiración para otras personas.

SEMANA: ¿Y en esa actividad no tiene rechazo el fantasma de su marido?

M. S.: Puede ser la única parte donde eso no sucede. De resto, mi vida ha sido de exclusión. Pero la gente que me contrata para sesiones de coaching lo hace, precisamente, porque he podido superar la tragedia que viví. Me considero y me consideran una mujer resiliente. Una mujer luchadora que se ha podido reinventar. Se dan cuenta de que, a pesar de la tragedia de mi vida, la pude resignificar. Yo jamás podré cambiar los hechos de mi historia, me casé con Pablo Escobar siendo una niña de 15 años con un hombre 11 años mayor que yo. Pero sí la he podido resignificar.

SEMANA: ¿Cómo se resignifican esos momentos de tanto dolor?

M. S.: Yo creo que cada momento que he vivido ha sido al límite. Es un milagro haber podido conservar la vida. Porque realmente nosotros durante más de una década fuimos rehenes del Estado colombiano, rehenes de los enemigos de Pablo Escobar y rehenes del mismo Pablo Escobar. Yo misma no sabía que había vivido tanta violencia de género. Tuve que pasar por muchos psicólogos y neurocientíficos especialistas en estrés postraumático para entender que yo me había casado con un psicópata y que había vivido diferentes violencias. Viví en una cultura paisa machista.

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SEMANA: Llama la atención esa afirmación. Los testimonios sobre Escobar registran que era un hombre violento capaz de todo y un mujeriego empedernido. Pero todos coinciden en que lo único sagrado para él era la familia.

M. S.: Yo también lo creí así. Yo a Pablo siempre lo idealicé. Fue un romántico y un amoroso, seductor, poeta con nosotros todo el tiempo, buen padre. Tuve mis hijos desde el amor y el sueño de tener una familia. Después de más de dos décadas con diferentes profesionales, me mostraron que mis traumas se debían al comportamiento psicópata de Pablo. Los psicópatas no tienen contacto con sus emociones y, además, son muy seductores con su familia y con la gente que quieren preservar a su lado. Yo hablo de Pablo no porque se me antoja, sino porque he hecho un proceso de años de lágrimas y de dolor, me duele profundamente el alma tener que reconocer su comportamiento. Y ahí comprendí, sin darme cuenta, que el miedo me paralizó.

SEMANA: Inicialmente esa historia de amor debió comenzar normal. ¿Cómo fue?

M. S.: Yo conocí a Pablo a los 12 años siendo secretario del presidente del barrio La Paz de Envigado, era un líder social. A los 13 empezó a piropearme, a regalarme chocolatinas, a pedir permiso en mi casa para que lo dejaran ir a visitarme. Empezó ahí la tragedia de mi madre de tener a su hija tan pequeña con un hombre adulto. A los 15 años nos escapamos y nos casamos a escondidas. Pero tengo que reconocer que durante los primeros años mi vida me parecía totalmente normal.

SEMANA: ¿Cuándo dejó de parecerle así?

M. S.: A los siete años de casados. Después del asesinato de Rodrigo Lara, Pablo llegó y, sin explicarme nada, me dijo que teníamos que irnos porque nos iban a matar. Yo tenía ocho meses y medio de embarazo de Manuela y tuvimos que salir corriendo por la selva para llegar a Panamá. Atravesar la selva de la mano de un médico y mi hijo pequeño de siete años, sintiendo que mi hija, Manuela, iba a nacer en medio de esa selva me generó pánico. Y como si fuera poco, en medio de esa situación, los medios de comunicación registraban el romance de Pablo con Virginia Vallejo y hasta se decía que se iban a casar. Eso hoy, más que nunca, me doy cuenta de que más violencia de género que esa no hay.

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SEMANA: ¿Y usted qué pensaba en esos momentos?

M. S.: Uno en el mundo de Pablo no podía pensar. El que pensaba era él. Yo no podía preguntar nada y le creía cuando minimizaba la situación y decía que todo iba a arreglarse. Él tomaba todas las decisiones, no me preguntaba nada. Yo tenía 23 años cuando nació Manuela, y a los 15 días del parto tuve que dejarla. No poder amamantarla fue un dolor enorme.

SEMANA: Ya que habla usted de Manuela, ella es un misterio para el mundo. Nadie ha visto una foto de ella. Debió ser muy difícil ser la hija de Pablo Escobar cuando era chiquita.

M. S.: Tan pronto se hicieron públicas nuestras identidades reales en Buenos Aires, nuestra vida cambió. A Manuela, que tenía apenas nueve años, le hicieron bullying y la expulsaron de dos colegios. En el primero, los mismos padres y profesores dijeron que se iban si no expulsaban a la hija de Pablo Escobar. En otra oportunidad, hicieron grafitis en su contra en las paredes de la casa y su propio colegio, las monjas prefirieron expulsarla. Nosotros no hemos vivido ningún momento de paz. Hemos sobrevivido en medio de la exclusión. Yo me aferro al amor de mis hijos y mi nieto. Pero hay veces que la esperanza se desvanece, pues realmente el fantasma de Pablo no nos deja en paz.

SEMANA: Cuéntenos cómo ha sido esa exclusión.

M. S.: Ha sido un arduo trabajo entender y convivir con eso. He perdido muchos amigos por las series de televisión, como Narcos o El patrón del mal. Todo el tiempo siento mucho el juicio de personas que opinan sin conocer la profundidad de mi historia. Afortunadamente, tengo muy pocos amigos, que son incondicionales, y mi familia materna, que me quieren y me reconocen por mi lucha diaria como madre, abuela, amiga y profesional que soy. Me he reinventado gracias a un trabajo de años con profesionales en estrés postraumático y coaches referentes del mundo para tener la fuerza de levantarme cada mañana y volverme a elegir. También, a las diferentes formaciones que emprendo día a día para comprender más el comportamiento del ser humano.

SEMANA: ¿Usted a qué edad enviudó?

M. S.: A los 33 años, pero en la práctica estoy sola desde los 23, pues los últimos diez años de Pablo los pasó en la clandestinidad con poco contacto con su familia. Hoy tengo 60 años.

SEMANA: Suena paradójico que siendo la viuda de Pablo Escobar, quien llegó a ser considerado uno de los diez más ricos del mundo, esté viviendo como una profesional de clase media. ¿Qué pasó con la legendaria fortuna de él?

M. S.: Yo creo que ni siquiera Pablo supo cuánta plata tenía. Él era muy desprendido con el dinero. Eso, como ustedes dicen, para mí no es más que una leyenda. Pablo siempre se ocupó de su familia y me dio gusto. Creo que Pablo nunca se imaginó que terminaría el final de su vida solo y sin dinero. Sus propiedades hoy todas están en poder del Estado. El edificio Mónaco lo implosionó el alcalde de Medellín. La Hacienda Nápoles es un parque que tiene un acuerdo con una entidad estatal. Otros bienes quedaron en manos de los enemigos de Pablo. Alguna vez tuvimos una vida muy cómoda, pero eso cambió durante los diez años de guerra en Colombia. Vivimos en casitas humildes con piso de tierra en nuestros largos encierros.

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SEMANA: Nadie pensaría que usted llegó a Argentina sin millones de dólares.

M. S.: Hay muchos mitos. No tengo casa propia. Desde hace 22 años pagaba alquiler en un apartamento modesto, donde vivía sola. Sin embargo, con esta pandemia mi situación laboral se ha mermado considerablemente. Tuve que entregar el apartamento y me vine a vivir con mi hija, porque no tuve otra opción. Me toca luchar mucho la vida, vivo una vida digna, normal de una mujer trabajadora, valoro mis momentos y agradezco a Dios por estar viva y con salud.

SEMANA: ¿Por qué terminaron en Argentina?

M. S.: Después de la muerte de Pablo, ningún país del mundo nos quería recibir. Todas las puertas estaban cerradas para la viuda de Pablo Escobar. El único que aceptó recibirnos fue Mozambique y para allá arranqué con mis hijos.

SEMANA: ¿Y ustedes se fueron a la mitad del África?

M. S.: Como no teníamos alternativa, pensamos que ese iba a ser nuestro destino. Yo pensé: “Tengo la responsabilidad de educar a mis hijos. Si Pablo se equivocó con las decisiones que tomó, yo no puedo hacer lo mismo y tengo que sacarlos adelante”.

SEMANA: ¿Y cómo fue la experiencia en Mozambique?

M. S.: Esa experiencia fue un horror. Las condiciones de vida que vi ahí eran desalentadoras, no había posibilidad para la educación de mis hijos, iba al mercado, pero no podía comprar casi nada, pues el régimen controlaba todo. Si queríamos pensar en universidad, allá la morgue es la universidad de medicina. Yo no sabía qué hacer hasta que Sebastián, mi hijo, que tenía entonces 16 años, me dijo: “Mamá, o nos vamos de aquí, o yo me suicido”.

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SEMANA: ¿Y qué hicieron?

M. S.: Cogimos un avión y nos fuimos para Buenos Aires. Allá se podía entrar como turista por tres meses y las cosas se fueron desarrollando por sí solas. Llegamos a las cinco de la mañana del 24 de diciembre y estamos viviendo aquí desde hace 26 años.

SEMANA: Pero usted tuvo unos momentos muy difíciles porque la metieron a la cárcel.

M. S.: Durante los primeros años llevamos una vida anónima con nuestras nuevas identidades. Pero yo tenía un contador que sabía quiénes éramos y comenzó a extorsionarme. Durante 11 meses me amenazaba con toda clase de cosas si no le daba dinero. Fui registrando uno a uno todo ese chantaje, y un día me presenté ante una juez y le dije quién era yo y qué me estaba sucediendo. Eso hizo pública la información de que éramos la familia de Pablo Escobar y acabamos en la cárcel mi hijo y yo.

SEMANA: ¿Acusados de qué delitos?

M. S.: En el fondo, de ser la familia de Pablo Escobar. Yo pasé 18 meses detenida, y Sebastián, 45 días cuando él no era más que un estudiante. Como había sido uno de los mejores de su clase, le habían dado trabajo como monitor antes de graduarse. Todo ese mundo se vino abajo cuando se reveló su identidad.

SEMANA: Pero ser la viuda de Pablo Escobar no es un delito, tuvieron que haberse inventado algo.

M. S.: Por supuesto. Primero nos cuestionaron por falsedad en documentos, hasta que pudimos probar que el Estado colombiano nos había cambiado los nombres de forma totalmente legal. Luego me inventaron lavado de dinero, siete años después la Corte Suprema de Justicia nos absolvió.

SEMANA: ¿Y cómo fue su vida en la cárcel?

M. S.: Los primeros cuatro meses, en una celda de cemento de un metro por tres, con una letrina y una ventanita de 20 por 20 centímetros. Me tuve que convertir en la cenicienta para poder sobrevivir: limpiaba…, limpiaba… y limpiaba…

SEMANA: ¿Y qué pasaba con sus hijos?

M. S.: A Manuela, como ya les dije, la expulsaron de dos colegios y eso le causó un trauma enorme. Sebastián, a pesar de su juventud, siempre ha sido aplomado y el hombre de la casa. Él siempre ha manejado esas situaciones con madurez y cuidó a su hermana hasta que quedé en libertad.

SEMANA: ¿Y cómo pudo quedar en libertad?

M. S.: El premio nobel de Paz Adolfo Pérez Esquivel estudió mi caso y se dio cuenta de que la única razón por la cual yo estaba en la cárcel era por ser la esposa de Pablo Escobar. Con su intervención, eventualmente, me dejaron en libertad condicional y ocho años después la Corte me declaró inocente y me pidió perdón.

SEMANA: ¿Ha vuelto a Colombia?

M. S.: Muy pocas veces; 12 años después de que huimos a Argentina volví a Medellín, porque mi madre se estaba muriendo. Sentí mucha angustia. Todo me olía a violencia. Yo llegué del aeropuerto con muchísimo miedo, directamente al apartamento de mi madre a acompañarla. He ido en tres o cuatro oportunidades más. Desafortunadamente, es un lugar donde quedó tanto dolor y tanta tristeza que no siento que tenga allá un espacio.

Victoria Eugenia: el infierno de ser la esposa de Pablo Escobar

SEMANA: ¿Ve las series de televisión sobre Pablo?

M. S.: He visto algunos capítulos. Viví tanta violencia en mi vida que no alcanzan a imaginar lo que me cuesta. Yo, por ejemplo, no puedo ver películas violentas. Padecí episodios muy traumáticos en la vida real. Por ejemplo, cuando sobrevivimos a la bomba que nos pusieron en el edificio Mónaco, vivimos siete meses con la luz prendida sin poder dormir. La gente se imagina que uno se acuesta en una cama de oro y el dolor se va solo. No es así.

SEMANA: Sebastián se ha reencontrado muy de frente con su pasado. Por ejemplo, cara a cara con las víctimas de su padre. ¿Usted ha vivido esos momentos de perdón?

M. S.: Sí. Yo busqué, por ejemplo, a la sobrina de Carlos Mauro Hoyos, Sylvia María Hoyos, y le pedí perdón por tanto dolor. He tocado puertas. Hablé también con Jorge Lara, el hijo del exministro Rodrigo Lara Bonilla, y otras personas más. Me he encontrado con muchas personas con ese deseo de sanar.

SEMANA: Si pudiera rehacer su vida, ¿qué hubiera hecho diferente?

M. S.: En todos estos años he aprendido que la vida simplemente sucede. Yo jamás imaginé de niña vivir esta tragedia. Luego, pensé que iba a morir bajo tierra y solitaria como los topos y que nadie se iba a enterar. Como mujer, todo lo que viví fue doloroso. Tenía miedos, baja autoestima, traumas. Hoy lo que les digo a otras mujeres es precisamente eso: que los príncipes encantados no existen, que las relaciones perfectas no existen. Para mí tiene mucha validez el dicho ‘Me casé con lo que vi y me separé de lo que encontré’. Yo me reinventé en el dolor, aprendí a resignificarlo y a soltar ataduras, y lo que quisiera es poder mostrarles a las personas, en general, y a las mujeres, en particular, que la vida vale la pena ser vivida a pesar de cualquier circunstancia…

Fuente: Revista Semana 

María Isabel Santos, viuda de Pablo Escobar

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